Aparecen también por entonces, al calor de la renovación presidencial, numerosos comités y movimientos de circunstancias, como la Asociación Popular de Gregorio de Laferrére, en tren de empinarse sobre la ola de transacciones y acuerdos que desata la elección de Quintana.
El comité de la Unión Electoral la víspera de las elecciones. Caras y Caretas, 1906.
Las aspiraciones políticas del flamante comediógrafo Laferrére no pasan desapercibidas para Cao, el popular dibujante de Caras y Caretas. quien le dedica una de sus "caricaturas contemporáneas" con el siguiente epígrafe:
"El autor de Jettator
demuestra con su labor
brillante espíritu crítico
y hace reír como autor
y reir como político."
Enrique García Velloso visita a Laferrére en su comité de la Asociación Popular, para ultimar detalles relativos al estreno de Jettatore.
Veamos cómo lo descubre en Memorias de un hombre de teatro; y confrontemos imaginariamente esta escena y este marco Con las escenas y el marco cotidiano del Círculo de Armas ("mi segundo hogar"), en cuya atmósfera transcurre en cierto sentido la vida de Laferrére:
"Frente por frente al antiguo edificio del Círculo estaba instalado el Comité, en una casa colonial,, hoy transformada en rascacielo.
El edificio de la Casa del Pueblo, fundada por el Partido Socialista, en 1970.
"En el patio criollo departían una infinidad de tipos pintorescos. El mate cruzaba de mano en mano; de las habitaciones repletas de concurrencia salían voces como de disputa.
"Un negro, que parecía ser el cuidador de la casa, me hizo pasar a un pequeño escritorio, en cuyos muros se veían estampas de políticos porteños del pasado, predominando la cara varonil y atrayente de Adolfo Alsina. Ocupaban los asientos varias mujeres de aspecto modestísimo. Las había jóvenes y viejas, limpias y sucias, morenas y rubias. Eran esposas, madres, hermanas de individuos de acción, admiradores y perps fieles del presidente de la Asociación Popular.
Casi todas ellas venían a suplicar a Don Gregorio un socorro en metálico o a pedirle que influyera con Don Pancho (Don Pancho era el doctor Beazley, jefe de la policía a la sazón) para que largasen al deudo que la noche anterior se había desgraciado en alguna trastienda de almacén suburbano.
De pronto se abrió la puerta vecina y apareció un hombre elegante, simpático, sonriendo y alargando la mano a todas aquellas infelices. Con una celeridad admirable fue despachándolas. Al estirarles de nuevo la mano para decirles adiós, les daba con disimulo un billete de dinero. Después del coro de bendiciones y de ¡gracias! dichas en un tono de penetrante emoción, quedamos solos en el cuarto los dos."
El cuadro es perfecto y acaso no se aleje demasiado de la realidad. Es, como ha indicado David Viñas en su trabajo sobre Laferrére, "el tránsito de un genteman-escritor del club al comité, del recinto de las certezas del 80 a la típica escenografía referida a la competencia política; la pauta que Mansilla, Lucio López, Wilde o Cañé no habían necesitado asumir, ahora corresponde sostenerla".