"Moreira recibió la carta del doctor Alsina, no supo resistirse, y se afilió a uno de los bandos políticos, en cuyo triunfo influyó de una manera poderosa.
"Los paisanos que estaban en el bando contrario se incorporaron a Moreira, al amigo Moreira, que apreciaban unos y temían otros, más que al mismo Juez de paz, que lo era en esa época don Carlos Casanova, apreciadísimo caballero y persona conocida como recta y honorabilísima; Tal vez el señor Casanova hubiera puesto coto más tarde a los desmanes de Moreira, pero era tal el dominio que sobre la partida de plaza ejercía el paisano desde que fuera su sargento, que ésta temblaba ante la sola idea de tener que ir a prenderlo.
"Las elecciones se aproximaban y los partidos, armados hasta los dientes, se preparaban a disputarse el triunfo de todas maneras, por la razón o la fuerza, lema desgraciado que se ostenta aún en el escudo de una nación que se permite contarse entre las civilizadas.
"Había en aquella época, y afiliado al partido contrario de aquel en que militaba Moreira, un caudillo de prestigio y de grandes mentas por aquellos pagos.
"Leguizamón, que así se llamaba el caudillo, era un gaucho de avería, valiente hasta la exageración y que arrastraba mucha paisanada. Este era el elemento que iban a colocar enfrente a Moreira para disputarle el triunfo, a cuyo efecto habían enconado al gaucho picándole el amor propio con comparaciones desfavorables.
"Leguizamón, que era un paisano alto y delgado, muy nervioso y de una constitución poderosa, contaría entonces unos cuarenta y cinco años.
Era un hombre de larga foja de servicios en las pulperías, donde había conquistado la terrible reputación que tenía. El choque de estos dos hombres debía ser fabuloso.
"Leguizamón estaba reputado de más hábil peleador que Moreira, pero éste debía compensar aquella inferioridad con la sangre fría asombrosa de que diera tantas pruebas.
"Moreira era ágil como un tigre y bravo como un león; la pujanza de su brazo era proverbial y su empuje ineludible, pero Leguizamón tenía una vista de lince, su facón era un relámpago y su cuerpo una vara de mimbre, que quedaba a su antojo.
"Habían dicho todo esto a Moreira, pero, al escucharlo, el paisano había sonreído con suprema altanería y contestado resueltamente:
"-Allá veremos.
"A Leguizamón le habían relatado las hazañas de Moreira, y el gaucho había fruncido el ceño diciendo:
"-Ese maula no sirve ni para darme trabajo. En cuanto se ponga delante de mí, lo voy a ensartar en el alfajor como quien ensarta en el asador un costillar de carnero flaco.
"La perspectiva de una lucha entre aquellos dos hombres había preocupado de tal mañera a los paisanos, que se preparaban a ir a las elecciones, no por votar en ellas, sino por presenciar el combate entre ño Leguizamón y el amigo Moreira, asignando el triunfo, cada uno, del lado de sus simpatías.
"El día de las elecciones llegó por fin, y la gente se presentó en el atrio en un número inesperado.
"La mayoría de aquella concurrencia iba atraída por aquella lucha que había sido anunciada y fabulosamente comentada en todas las pulperías por los amigos de ambos contendientes, comentarios que habían dado ya margen a algunas luchas de facón entre los qué asignaban el triunfo a Moreira, que era la generalidad, y los que suponían triunfante a Leguizamón.
"El comido se instaló por fin con todas las formalidades del acto, estando presentes el juez de paz, la partida de plaza y el comandante militar.
"Moreira se colocó con su gente del lado que ocupaba el bando político a que él se había afiliado. El paisano estaba vestido con un lujo provocativo.
"En épocas electorales abunda el dinero, y Moreira había empleado el que le dieron en el adorno de su soberbio overo bayo.
"Su tirador estaba cubierto de monedas de oro y plata, metales que se veían en todo el resto de sus lujosas prendas.
"En la parte delantera se veían, sujetos por el tirador, dos magníficos trabucos de bronce, regalo electoral, y las dos pistolas de dos cañones que le regalara su compadre Giménez al salir de Matanzas.
"Atravesada a su espalda y sujeta al mismo tirador, se veía su daga, su terrible daga, bautizada ya de una manera tan sangrienta, y qué asomaba la lujosa engastadura, siempre al alcance de la fuérte diestra.
"Llevaba su manta de vicuña arrollada al brazo izquierdo, con cuya mano hacía pintar al pingo, que se mostraba orgulloso del jinete que lo montaba.
"Moreira estaba completamente sereno; sonreía a los amigos, chistaba al caballo como para calmar su inquietud y se daba vuelta de cuando en cuando para mirar al Cacique, que a las ancas del overo meneaba la cola alegremente como preguntando qué significaba todo aquel aparato.
"Frente a Moreira, del otro lado de la mesa y un poco más a la izquierda, estaba Leguizamón, metido en las filas de los suyos. La actitud del paisano era sombría y amenazadora; miraba a Moreirá como lanzándole un retó de muerte y se acariciaba de cuando en cuando la barba, con la mano derecha, de cuya muñeca pendía un ancho rebenque de lonja, de cabo de plata.
"Moreira permanecía como ajeno a todas aquellas maniobras, evitando que su mirada se encontrase con la de Leguizamón, "que ya se salía de la vaina".
"Los paisanos estaban conmovidos: en sus pálidos semblantes se podía ver la emoción que los dominaba y que se extendía hasta los mismos escrutadores y al suplente, los que no atendían su cometido por observar las variantes de aquellas provocaciones mudas, que tendrían que terminar en un duelo a muerte, fatal para uno u otro.