"Es mi amigo, y basta". Criticar a la persona a quien se ha dado la amistad és ofensa directa. Por eso, "ser falluto" -infiel a los deberes de la camaradería- es "desdoro que no se perdona".(121)
En las esferas superiores y subalternas de la política, la lealtad a la persona del caudillo y a los hombres del partido es un sentimiento también heredado de España desde los tiempos del feudalismo, y revivido en la etapa inorgánica de nuestra democracia y durante los gobiernos personalistas de los años de la oligarquía patricia y de la vigencia de la ley Sáenz Peña.
Como todo culto, el de la amistad se convirtió a menudo en disfraz de intereses mezquinos. El político conocía el valor de la privanza de "los de arriba" para escalar y mantener posiciones; y "los de abajo" sabían de la importancia de las cuñas para "salir de apuros" o para "hacerse un lugarclto y acomodarse".
En el peldaño inferior, la gauchada vino a ser la forma vulgar de obtener un provecho por encima de las normas y rutinas corrientes.
La idiosincrasia individualista del país y la falta de prácticas de gobierno democrático determinaron una «vida política oscilante entre la autocracia, el caudillismo, la anarquía y el despotismo.
Queriendo ser democráticas, las autoridades surgidas de la Revolución de Mayo fueron dictatoriales -díganlo Moreno, Alvear, Rivadavia-, porque los afanes por implantar instituciones liberales y republicanas se estrellaron contra un pueblo habituado a agruparse en torno a caudillos aptos para reunir multitudes emotivas -fieles a sus jefes: López, Ramírez, Quiroga, Rosas- y no para inculcar principios racionales o prácticos de educación democrática.
Más tarde, la Constitución Nacional, como traje de confección, quedó grande al país en virtud de la notable desproporción entre la pureza del Estatuto y la incultura política de los gobernados.
El modelo inspirador de nuestra ley suprema provenía de un pueblo poseedor del genio de la organización política que la había creado de adentro hacia afuera, con genuino sentimiento de comunidad, con una espontánea aptitud para trabajar constructivamente, y para defender los derechos humanos primordiales, respetar los del prójimo, resolver con tino los problemas comunes e impedir los desafueros del poder público.
Caricatura de un mozo de café.
La naturaleza emotiva y vividora del porteño puso sus simpatías en los gobiernos personalistas, en quienes volcar un sentimiento amistoso y deponer su voluntad para que ellos se encargasen de pensar y obrar por él, con la esperanza de que les resolvieran sus dificultades personales, como hemos visto al final del capítulo XII.
Después de la vigencia de la ley Sáenz Peña, el desarrollo de los partidos populares y de los gremios obreros contribuyeron al advenimiento de las masas en todos los órdenes de la vida nacional. "El protagonista es hoy la multitud", observaba Alvaro Melián Lafinur en 1936.(122)
Políticamente, las ideas no se ven y las instituciones no se palpan; pero el jefe y gobernante de carne y hueso, sí. El personalismo político junto a otras formas bastardas de la democracia -como el nepotismo, la plutocracia, la demagogia, el negocio electoral y la "politiquería"- fueron señales sucesivas o coincidentes de la vida del país desde los años de la Organización Nacional.
Referencias:
(120) Salvador de Madariaga: Ingleses, franceses, españoles, Madrid, 1931, pág. 169.
(121) Raúl Scalabrini Ortiz: op. cit., pág 23.
(122) Alvaro Melián Lafinur: "El carácter argentino", en La Nación, Buenos Aires, 1 de enero de 1936.