Se apoderó de todos la fiebre de la especulación. El ya citado Jules Huret consideró la práctica de los remates como "la institución, acaso, más pintoresca de la Argentina"; y describe con fino humorismo el desarrollo de algunas subastas de tierras con despliegue de trenes especiales gratuitos, bandas de música y obsequio de meriendas y de bebidas...(17)
Los martilleros agregaron a las ventas de campos y de terrenos urbanos, las subastas de "lotitos edificados" suburbanos: simulacros de viviendas construidas con materiales y restos de demoliciones, disimulados bajo apariencias de modernidad...(18)
A fines del siglo XIX y principios del XX, el país era un cuerno de oro en el que él dinero corría a raudales.
En las esferas superiores, los valores tradicionales del caballero patricio -riqueza, poder, patria, honor- fueron cediendo el lugar al espíritu burgués que estimaba el caudal pecuniario como la única finalidad de la existencia.
En las demás clases sociales el "tanto tienes, tanto vales" se convirtió en axioma.
El porteño medio sabía que para significar algo era necesario "tener plata": lograr el éxito convertible en pesos moneda nacional.
Se podía llegar por medios fáciles o engorrosos: por el esfuerzo tenaz o por la viveza y las "influencias". La meta variaba según la naturaleza y las ambiciones del postulante.
Las circunstancias determinaban, empero, que quien había soñado con volverse millonario de la noche a la mañana, estimase que "estaba llegando" cuando obtenía un puesto en la Administración Pública.
En general se decía que alguien "había llegado" cuando compraba un auto... se casaba con una rica... o "salía en los diarios" en un reportaje con fotografías, según la opinión de un distinguido observador porteño."
La sagacidad egoísta del italiano, la mansedumbre codiciosa del gallego, la previsión connatural del israelita, apuntaron al logro de bienes materiales y reforzaron el ambiente lucrador de Buenos Aires.
El afán de "abrirse camino" no dio tiempo a la mayoría de los inmigrantes para dedicarlo al goce de las cosas inútiles. En los hogares en los que criaban a sus hijos argentinos habían predominado los valores económicos.
Los padres querían que los descendientes fuesen mejores; y eligieron para ellos lá labor técnica o universitaria que pagara con creces el rédito del capital invertido en la obtención del título habilitante.
Durante la segunda década del siglo XX, el diploma de médico daba derecho, entre los judíos, a una novia con úna dote de cincuenta mil pesos; el de abogado, a una de veinticinco mil...(20)
El placer intelectual y las cualidades de orden superior no eran apreciados si no iban acompañados de rendimientos pecuniarios o mundanos. Todo valor ajeno a la consecución de la riqueza pasó a ser poco menos que absurdo: "el que sabe y no aprovecha es un chiflado y un pobre diablo..."
Todo debía "rendir": toma y daca.
La Argentina, país de conquista, raramente conoció al viajero que llegara a su capital con fines desinteresados. Porque, como vio Ortega y Gasset, "se puede ir a la Argentina para todo con tal que no sea para nada..."(21)
Un terapeuta frustrado de la realidad nacional opinaba allá por el año 1930: "Diríase que al crearse su concepto de la felicidad el argentino ha excluido de él cuanto signifique valor espiritual o moral..."(22)
El tango popular expresó con cinismo la estimativa utilitaria del porteño de esa época:
"Billetes, siempre billetes,
lo demás son firuletes,
esa es la pura verdad.
........................
De qué vale que seas bueno,
para qué sirve el honor...
si te faltan los billetes
no te dan ningún valor".(23)
Referencias:
(10) Alejandro Korn: Influencias filosóficas en la evolución nacional. Buenos Aires, Claridad, pág. 175.
(11) Ismael Bucich Escobar: Buenos Aíres, ciudad, Buenos Aires, Tor, pág. 231.
(12) Carlos María Ocantos: Promisión, Buenos Aires, 1914, pág. 22.
(13) Luis M. Albamente: Puerto América, Ala, pág. 77.
(14) Adolfo Posada: La República Argentina, Madrid, 1912, pág. 16.
(15) Jules Huret: La Argentina; de Buenos Arres al Chaco, trad, española, París, pág. 68.
(16) Santiago Rusiñol: Un viaje al Plata, trad, española, Madrid, 1911, pág. 91.
(17) Jules Huret: op. cit., pág. 595. V. asimismo Francisco Grandmontaigne: Los inmigrantes prósperos, Madrid, 1944, págs. 277 y ss.
(18) Luis Pascarella: El conventillo, Buenos Aires, 1918, pág. 15.
(19) Florencio Escardó (Juan de Garay): Cosas de argentinos, Buenos Aires, 1939, página 91.
(20) Julio Fingerit: Mercedes, Buenos Aires, 1926, pág. 17.
(21) José Ortega y Gasset: El espectador, t. Vil, Madrid, 1929, pág. 210.
(22) Manuel Gálvez: Este pueblo necesita..., Buenos Aires, 1934; pág. 42.
(23) Billetes, tango de Sebastián Plana con letra de Tomás Simari.