El Conventillo - pág.21 - Folklore Argentino

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Las imágenes del conventillo dominaron toda una época de nuestra historia urbana. Nacido a mediados del siglo XIX, tuvo su edad de oro en la década de 1880, como contracara miserable y calamitosa de la prosperidad que creimos inaugurar por esos años. Negocio lucrativo para muchos, marcó con sus estigmas a varias generaciones de inmigrantes y criollos y terminó por entrar -a través de la mitología, del tango y del sainete- en la leyenda de la ciudad.
  1. Prehistoria del conventillo
  2. El aporte inmigratorio
  3. "...Una especie de gusanera"
  4. La "época de oro" del conventillo
  5. Rawson se ocupa de los conventillos
  6. La literatura del conventillo
  7. El problema de íos alquileres
  8. La huelga de inquilinos
  9. "Cuatro en una pieza"
  10. La profesión del señor Sartorius
  11. El nombre de la mugre
  12. Tiempos viejos
  13. Integración y querella
  14. Eros conventillero
  15. Palomas y gavilanes
  16. El conventillo opina
  17. Tiempo de sainete
  18. El tiempo del tango
  19. Otra vez literatura
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La impresión exterior de las cosas le sugería ideas de bonanza, de estabilidad, de dulce contentamiento. Ante el parpadeo luminoso de las plantas y el hueco amplio del caserón, sus pupilas se dilataban, moviendo la cabeza con entusiasmo.

"-Esto es un paraíso. ¡Qué lindo! ¡Qué bien se vive aquí! Si yo tuviera plata...

"-No se crea -repuse-. Aquí la gente está casi casi en la misma situación que los presos en la cárcel. Allá, al menos no desesperan por la comida.

Hay obligación de darla. Tienen pan, duro, pero lo tienen, ¡qué diablos! En cambio, si no se trabaja, se roba. Y éste es un arte difícil, que los vecinos ignoran.

"Púsose triste y calló, algo avergonzado por el derrumbe de una falsa creencia muy arraigada en su espíritu.

"Al irse, me estrechó con efusión la mano, y en seguida de echar una mirada larga, una de esas miradas tensas y trágicas que exteriorizan un gran dolor recóndito, pronunció a grito herido:

"-¡En todos lados se sufre!

"Terminaba el invierno. Como de costumbre, yo salía a la puerta. Mi espera, infundada, era el éfecto del hábito. "Con el tiempo, a pesar mío, lo fui olvidando, lo eché de menos, hasta que finalmente sólo recordaba con precisión una tos seca y la sombra informe de su minúscula figura, agitándose ert el oscuro zaguán de casa."

En "El vecchio" reveló la última jerarquía de este infierno ciudadano, la ínfima de los que alquilan -o mendigan- un pedazo de suelo para dormir el "sueño amargo":

"Fuerza es confesarlo, cuando lo vi tendido sobre la helada baldosa, panza arriba y con la boca abierta, en torno de la cual zumbaba una mosca, me invadió un sentimiento tan fuerte de repulsión que oculté los ojos, atónito, tremante, colérico.

"Dormía, y yo me aparté de allí con el mismo asco que si hallara de repente un cadáver a mis pies.

"A la mañana volví al húmedo tabuco que servía de cocina. Aún dormía y en idéntica postura. Era viejo, barbudo, metido en carnes, y vestía trapos sucios. Tenía también la cara sucia, las manos sucias y los botines sucios. Su pecho globular ascendía y deseen día penosamente, con broncos percutidos. En su interior fermentaba la fatiga asmática, una sorda y monótona quejumbre de carretón que rechina. La mandíbula, al abrirse, permitía ver los dientes enteros de amarillenta pátina. A cada minuto lanzaba un ronquido de cerdo, como rezongando por los azotes del adverso destino.

"No era un borracho que erró el rumbo, como había supuesto la noche antes. Un borracho cuenta con algo, y ese no contaba con nada.

"Un viento crudo de agosto entraba por la abertura sin puerta, abanicando las diminutas cacerolas de las paredes.

"De pronto intentó despatarrarse. Puso las rodillas en puntas, se encogió, alargó los brazos y abrió los párpados. Recién pude observar sus ojillos azules y vidriosos de niño. Bajo las escasas cejas y en medio de las ralas pestañas, sus pupilas relampaguearon y las enderezó hacia mí como interrogándome compasivamente.

"-No molesta.

"-La vida es bruta, hijo mío.

"-Bastante.

"Se levantó, encendió la pipa y con doméstica parsimonia agarró una escoba y empezó a barrer. Yo lo contemplé, sonriendo para mis adentros.
Era un barrido ultraminucioso, de pura complacencia. Se detenía en los hoyuelos, en las junturas, en los rincones. Retocaba el mismo sitio con excesivo amor propio, doblando el torso hacia adelante. Ladino y obligado, yo repetía sus movimientos a manera de indómito capataz. Después repasó un trapo y alineó la tachería de la mesa. Ya reinaba el orden.

"A causa del traqueteo, sus mofletes se empastaron de carmín, que a la lívida claridad de la mañana sin sol, brillaban como claveles.
Y eso en un ser decrépito, asmático, lleno de harapos, de grasa, de barro, que imploraba la caridad de un pan y un lugar donde hubiese techo. ¡Cuántos jóvenes, junto a la estufa, en mejores cli mas, y en condiciones más ventajosas, languidecían pasando al silencio de la ulterior vida! Pero ninguno es culpable de su dicha o infelicidad.

"Tomó asiento y prosiguió lanzando humo. Las bocanadas venían hacia mí en rachas azules, de un picante olor a tabaco ordinario.
Saboreaba las delicias de su fumatina, y de cuando en cuando metía los dedos en el hueco de la madera, oprimía las hebras y dale que dale. Con sus ojos inmóviles, su tez curtida, sus manos enormes, nudosas, en una actitud pétrea, parecía un marino que añorara borrascosas peripecias. Mas no. A poco de examinarlo, reaparecían los vagos contornos de una mocedad sensorial, satisfecha, seguida de la madurez astuta y conservadora, para aferrarse, tirar adelante y arribar a las últimas etapas de la montaña que conduce al abismo.

Tendría setenta años. Su vida, sin duda, había transcurrido serena, husmeando pucheros, mirando con voluptuosa estupidez las cosas vulgares, los simples acontecimientos, manteniéndose en un rudimentario equilibrio, hasta que un día dio algún porrazo, se encontró solo y se abandonó.

"-Yo vine aquí, ¿comprende?, porque me trajo su hermano el grande, el más alto. El me conoce; soy una persona buena, educada y me da vergüenza. ¡Qué dirá su honorable familia! ... ¡ah, ah!

"Meneó la cabeza de cabellos grises y continuó hablando en un italiano mal vertido al español. Su voz opaca tenía un acento lastimero y suplicante. Todo se reducía a su sincero, a su eterno reconocimiento por una hospitalidad, para mí absurda y mezquina.
Ya me impacientaba de veras tanta cortesanía, no siendo él, sino yo el agraciado, cuando con un característico ademán me indicó que se marchaba.

"Sin embargo, lo invité: vuelva esta noche.

"Y entre gracias e inclinaciones, sa lió del escondrijo, traspuso el umbral, y casi al trote echó por Esmeralda arriba.

"Como empujado por el viento, yo corrí en pos suyo hasta la puerta.

"A partir de entonces, venía todas las noches. Engullía primero la comida que se le dejaba en el fuego y después tendíase sobre el improvisado jergón.

"El vecchio, como le llamábamos cariñosamente, se convirtió con el tiempo en un ser familiar.
Los chicos de la casa iban a su encuentro, y él los divertía sólo con mirarlos. En los demás había despertado un sentimiento de compasión risueña. Pues era alegre, chistoso y amigo del canto. Muchas veces, en horas aciagas, con su voz gruesa sacudía los ánimos entristecidos:


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