Pedro Goyena - Biografías de Argentinos

15-10-2019 1598 Visitas

Pedro Goyena nació en Buenos Aires, el 24 de julio de 1843. Jurisconsulto, profesor de Derecho Romano y periodista. Diputado. Fue uno de los grandes oradores con que contó el país. Católico militante. Falleció en Buenos Aires, el 17 de mayo de 1892.

Pedro Goyena.
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Nació un 24 de julio de 1843 bajo la dictadura, cuando comenzaba a vislumbrarse el éxito de la oposición, era el primer año del sitio de Montevideo. Doña Emilia del Río y Perdriel de Goyena le dio vida que, por cierto, fue corta y llena de responsabilidades.

Creció en un hogar de recuerdos memorables, a cuya brillantez había contribuido la amistad del Libertador con su abuelo. Comenzó sus estudios en el colegio particular de don Juan Andrés de )a Peña, modelo de vida desinteresada y de consagración a la enseñanza, que dejó hondas huellas en su carácter, hasta tal punto que desde la visual que nos brinda la historia, nos es dado contemplar sus dos vidas, marchando por paralelas que conducen a una caridad sin límites, a una sacrificada estrechez y a ese sistemático rehuir de homenajes oficiales, que anuncian por sí solos la presencia de espíritus selectos.

Se doctoró en la Facultad de Derecho en 1869, De esta época datan sus recuerdos de estudiante, narrados por él mismo en su emocionada biografía de Achával Rodríguez. Tres años antes de doctorarse habíase iniciado como profesor de filosofía en el Colegio Nacional de Buenos Aires donde reemplazó a Amadeo Jacques, compañero de Jules Simón y de Libert, cuya alma se agitaba todavía en los corredores del antiguo colegio, en el que había enseñado a varias generaciones argentinas la filosofía recogida de los labios de Cousín en la Sorbona, reflejada más tarde en su tratado filosófico.

El reemplazante de Jacques era un auténtico hijo de nuestro suelo, no por mucho recorrerlo, pues fuera de un rápido viaje a Tucumán por un trabajo histórico que según Groussac, nunca vio la luz, y otro a Córdoba la «Patria Chica» de su inseparable Achával Rodríguez, no dejó de respirar los aires del Plata. No obstante, se hallaba como adherido a la tierra argentina.
Su vida se desenvolvió entre la banca del Parlamento y la cátedra universitaria sin experimentar el deseo urgente, tan difundido en la época, de abandonar las playas del Plata para visitar las ciudades europeas. No asistió, así, al drama que la segunda mitad del siglo XIX trajo aparejado a las naciones del Viejo Mundo, en medio, de los resplandores de su «progreso científico».

No tuvo secretos para él la literatura greco-latina; fue un humanista, «formando a ese respecto una honrosa excepción con la mayoría de nuestros literatos que, como Sarmiento, sabían latines, pero se hubieran encontrado en serios aprietos de haber tenido que traducir a libro abierto un Horacio o un Virgilio» al decir de Martín García Merou. Y con respecto a las grandes obras de las literaturas italiana, francesa e inglesa, le ocurría lo mismo. Su labor universitaria comenzó en 1869 en la cátedra de filosofía. Y en esa enseñanza, como en la de Derecho Romano, mostróse maestro en toda la extensión del término.


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